Antes de salir del baño, todavía desnudo, Cristock se plantó frente al
espejo y se miró a los ojos. Lejos de resultar vanidoso, se postraba ante sí
mismo durante un buen rato sin saber quién de "los dos" era el verdadero.
Gesticuló entonces con su brazo dirigiéndolo hacia el espejo, luego hacia él
mismo, y lo repitió varias veces. —A ver... Si Tierra 2 fuera en realidad un
material reflectante como un espejo, entonces el cohete que vi no se estaría
dirigiendo hacia aquí sino hacia el espejo en cuestión, lo que significaría que
habría despegado de este planeta hace casi 17.000 años, al final de la época
Neanderthal. Si es que estaba claro que no podía tratarse de planetas
distintos, pero, entonces, ¿hacia dónde se dirigen? Tengo que volver al
observatorio cuanto antes.— Su mujer llamó a la puerta, sobrecogiendo a
Cristock. Él la “tranquilizó” respondiendo con sequedad y se tapó rápidamente
con un albornoz; recogió los huesos cubriéndolos con una gran toalla, y se fue
a su habitación.
Tanto su hija Abby como Eleanor estaban ya sentadas a la mesa, dispuestas
para cenar. No tardó en aparecer Cristock, y lo hizo portando la calavera del
duende. Abby sonrió al ver tan estrafalario objeto y le preguntó qué era esa
cosa. La madre observó atónita. Cristock estaba muy serio; se sentó, acomodó el
alargado cráneo a su lado, apoyado sobre una toalla algo húmeda sobre la mesa,
y comenzó a hablar. Explicó, a rasgos generales, lo sucedido y se excusó
también por haberlo mantenido en secreto hasta entonces. Seguramente el trato
con Rocco le había ablandado el corazón y ya no podía seguir ocultando el
misterio a los suyos sin que dejara de sentir remordimientos, un malestar que
iba en aumento y ya no le dejaba pensar con claridad. Mandaron a su hija para
la cama y Cristock continuó narrando lo sucedido, ahora ya con todo detalle.
Eleanor, aunque no era muy consciente de la importancia del descubrimiento de
su marido, quedó impresionada con la historia, pero también algo resentida por
no haber confiado en ella desde el principio. Cristock repitió una y otra vez
la historia y partes de la misma, como desahogándose por completo de la carga
moral que había llevado a cuestas todos estos días.
Al día siguiente volvieron a casa en el primer avión. Cristock estaba muy
satisfecho de haber compartido su descubrimiento, aún sin descifrar, con su
familia. Aunque eso, en verdad, también le generaba intranquilidad, pues su
manía persecutoria le impedía fiarse de todo el mundo, incluida su familia. En
todo caso esta nueva situación de daba fuerzas para seguir adelante con el
proyecto y afrontarlo con energía positiva, sin preocupaciones que ralentizasen
su rápido pensar. Por supuesto el proyecto seguiría siendo secreto hasta que
recopilase unos cuantos datos que estaba deseando comprobar en su Lente Espía.
Durante todo el vuelo, Cristock no dejó de escribir notas que llevaría a la
práctica en el observatorio. Abby estaba entretenida con sus dibujos sobre las
fotografías de un periódico, poniendo ojos a los coches y bigotes a las mujeres.
Eleanor, sentada de nuevo entre ambos, estaba seria, pensativa, todavía
rencorosa por la poca confianza demostrada por su marido. Pero
Cristock, centrado en lo suyo, no se daba cuenta de ello. Estaba eufórico
por dentro.
Nada más aterrizar, Eleanor y Abby cogieron un taxi para casa, mientras
Cristock se marchó en coche hacia el observatorio, para ponerse manos a la obra
en cuanto fuera posible. Sólo durante esa breve despedida Cristock notó cierta
animosidad en su mujer, pero no tenía espacio en su cabeza para más
preocupaciones. Llegó Cristock al magno Telescopio y observó el coche de
Franklin en la entrada. —Qué extraño... ¿Qué hará éste aquí y a estas horas?—
Todavía estaba atardeciendo y faltaban un par de horas para poder encender la
Lente con seguridad, en cambio, ya desde fuera, se podía ver cómo la enorme
cubierta estaba entreabierta, aún a riesgo de dañar los ultra luminosos
cristales que componen la Lente. Corrió adentro y subió hasta la sala de
observaciones. Allí estaban, sus compañeros Franklin y Giovanna, quienes se
giraron para mirar a Cristock, que intentaba disimular su fuerte respiración.
Lo intentaba. Vaya si lo intentaba, pero terminó por resultarle físicamente
imposible, pues la imagen de la enorme pantalla principal, tras sus dos socios,
mostraba nada menos que su codiciado secreto esférico; la gran burbuja en la
que Cristock había estado encerrado todos estos días y a la que llamaba Tierra
2.
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