Por fin Rocco le pidió a Cristock que bajase un momento; éste no se lo pensó
dos veces y bajó todo lo rápido que pudo, con la ayuda de Rocco. Un trozo de
cráneo es lo que tenía tan ocupado a Rocco y ahora tan intrigado al científico.
Cristock observó ese pequeño trozo de hueso con un nerviosismo anormal, moviendo
su mirada con rapidez. Intentó disimular su temblor ante la presencia de Rocco,
pero no lo consiguió; su tembleque era cada vez mayor. Empezó con un leve
tiritar en el cuello, luego por la espalda, le siguieron las manos, la piernas,
el suelo, ¡el hoyo entero se estremecía! —¡Se acerca el tren!—
Cristock intentó salir de ahí a toda costa, de forma instintiva, pero no lo
conseguiría nunca sin la ayuda de Rocco. Pero éste no iba a ayudarle, de hecho le
estaba gritando que no saliera, que esperase dentro, que no les daba tiempo a
salir y que no se preocupase, que no había ningún peligro. Pero Cristock estaba
cegado por el miedo y sordo por el ruido del tren, que cada vez estaba más
cerca. Así que Rocco lo agarró con fuerza del pantalón y tiró de él hacia
abajo, cayendo éste con el trasero en la tierra y despertando al fin de su
bloqueo obsesivo. Estando los dos ahí abajo, los papeles se tornaron: Rocco
tomó las riendas, demostrando una extraordinaria sangre fría para situaciones
extremas. Cristock se sentía ahora como un niño bajo la protección de su padre,
o de su madre, como él lo veía realmente. El tren pasó por encima de ellos ocasionando
un ruido ensordecedor que se proyectó con más fuerza todavía dentro de la cueva.
Las paredes vibraron al son del traqueteo de la locomotora, haciendo caer
trozos de tierra y algunas piedras encima de ellos.
El “terremoto” ocasionaba
también que la calavera se desprendiera de buena parte de la tierra que ocultaba
su forma, pasando de ser un insípido trozo de hueso blancuzco, a una forma más
definida del cráneo de un humanoide. A medida que los huecos de los ojos, nariz
y boca se dejaban ver, por la mente de Cristock surcaban más y más pensamientos
que lo sumergían en un pantano de especulaciones.
El retumbar del tren terminaba por alejarse pero el astrónomo seguía enfrascado
en lo suyo. Rocco intentó despertarlo de su letargo, esta vez sin éxito. Cristock
siguió observando la calavera y, como hipnotizado, acercó su rostro al de ella
hasta quedarse ambos a unos pocos centímetros. El bullicio del tren ya había
desaparecido por completo y Cristock volvió en sí, se puso a rascar la tierra
que todavía cubría las cavidades oculares del cráneo, como queriendo descubrir
la supuesta mirada que escondía el cadáver. Rocco le preguntó si había
encontrado por fin lo que buscaba. Cristock dejó de rascar y se separó
lentamente del cráneo, con un desinterés que él pretendía fuera natural. —¿Eh?
No... No, aún no. Pero ya nos podemos ir.—
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