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viernes, 25 de abril de 2014

XXV

Al día siguiente, Rocco ya le estaba esperando en la estación. —¡Rocco! ¡Qué puntual!— Le gritaba Cristock desde la distancia. El hombre le respondió, no obstante Cristock se perdía un poco entre algunas expresiones latinas de su colega; pero no preguntó. Rocco llegó equipado con todo el material que le había pedido e incluso alguna herramienta a mayores; sin duda un personaje precavido. Sin más preludios, el dúo se puso en marcha.

Rocco era de rápido caminar, así que era Cristock quien le seguía, al fin y al cabo el camino era todo recto siguiendo las vías, y tan largo que Cristock tenía mucho tiempo para analizar el curioso cuerpo rechoncho de su colega. Era bastante fláccido —con forma de botijo—; con abdomen bastante estrecho pero de amplias caderas y nalgas “ondulantes” (para la vista de un científico). Durante el largo trecho, Rocco ametrallaba a Cristock con preguntas de todo tipo: "¿Qué es lo que vamos a buscar? ¿Habrá oro por aquí? ¿Estuviste en la NASA?" Por suerte, el hombre era tan charlatán que Cristock a penas tenía que articular palabra, así que no se hacía necesario tener que inventarse historias al respecto como sí necesitó hacer con su familia.

Lo único que a Cristock le preocupaba era lo que pasaría si encontraban el esqueleto del duende. ¿Qué le iba a decir a Rocco? Aunque había prometido guardar secreto, Cristock desde luego jamás se lo contaría, sobre todo con ese afán suyo de desconfianza hacia el prójimo y menos aún con la afición que tenía su compañero por la palabrería. —Quizás si lo mato y aprovecho el hoyo para enterrar las pruebas...— Agacha la cabeza para que Rocco no aprecie la tonta sonrisa que Cristock no es capaz contener. —Bueno, ya pensaré en algo cuando llegue el momento.—

Cuando el GPS avisó de la llegada al lugar exacto, los dos se pusieron manos a la obra. Sobre todo Rocco, que para eso había venido. Y a pesar de su achaparrado aspecto, con pinta de no haber hecho ejercicio en su vida, en verdad proyectó mucha energía en la faena. Cristock en cambio enseguida se cansó y tuvo que parar. Disimuló mirando y toqueteando su GPS, como si necesitara de sus continuos ajustes. Y, con el tiempo, el trabajo de Cristock se acabó limitando a servir de avisador para Rocco cuando un tren se acercaba.

—¡¿Vas bien, Rocco?!— Para contestarle, Rocco necesitaba levantar la cabeza del hoyo en el que ya se encontraba. Todavía no habían encontrado nada y Cristock empezaba a perder la esperanza. —Quizás no hice bien el cálculo de las coordenadas... O quizás el cuerpo del duende se haya deslizado a otro lugar, quizás por una riada... O quizás haya desaparecido; se lo hayan comido los animales... O quizás no se haya sedimentado bien y se haya podrido con el tiempo...— ... —¡O quizás no se trate de un mismo planeta! ¡¡Pero qué estoy haciendo aquí!!—

Rocco parecía haber encontrado algo de pronto y, Cristock, despertando de su paranoia, corrió a ver. Una antigua botella de Coca-Cola es lo que se encontró… Y por un estúpido momento pensó en la posibilidad de tratarse no obstante de un gran descubrimiento, pues una botella de cristal a esa profundidad y en perfecto estado de conservación tenía su mérito. —Quizás tenga algún valor en internet…— Cristock la cogió y la miró con interés. —No, no es lo que buscamos, Rocco. Pero eso es, tú avísame cada vez que veas algo extraño: una botella, una bolsa de plástico, los huesos de algún animal muerto… Lo que sea.—

Cristock, antes del viaje, había investigado sobre el tipo de terreno de esta parte noroeste de España. Sabía bien que el suelo sobre el que ahora se encontraba estaba compuesto de roca sedimentaria y que las posibilidades de conservación del esqueleto eran realmente óptimas. Al menos por ese lado tenía un as en la manga. Miró entonces la botella que tenía en su mano y por un absurdo impulso la lazó lejos contra una piedra. Rocco se asustó y pegó un grito, contenido, pero grito al fin y al cabo.

Entre tanto apareció otro tren en la lejanía. Cristock avisó a Rocco y ambos corrieron al arbusto. Por alguna razón, el bullicio del convoy pasando a pocos metros de ellos dos hizo que ambos se arrimasen el uno al otro sin darse cuenta. El sol ya se estaba posando en el horizonte. Rocco se fijaba atentamente en el tren y las luces de los vagones iluminaban su cara, un rostro barbudo que pretendía ocultar unas facciones suaves, muy suaves... […]


—¡Es una mujer! ¿?—

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