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viernes, 10 de octubre de 2014

I


LA LENTE ESPÍA
Capítulo 1

En una sociedad evolucionada a partir de la astronomía y la investigación espacial, el planeta Tierra se presenta como un lugar poblado por telescopios de la más variada índole. Es éste un mundo plagado de titánicos ojos de cristal que vigilan el universo, y regido por el más grande de los telescopios, conocido como la Lente Espía. Un gigante tan alto como el Everest y que sobrepasa la mayor parte de la contaminación acumulada en la troposfera. Así, tan sólo capas más altas como la estratosfera interfieren en su visión con ligeras refracciones que, por supuesto, son corregidas gracias a ordenadores y lentes flácidas. Estas lentes están diseñadas de un nuevo material semi acuoso y movible digitalmente, con una precisión de micrómetros. La potencia de aumento por tanto es casi infinita; en su máximo esplendor el telescopio es capaz de llegar hasta límites inimaginables; donde los anteriores telescopios mostraban negro, éste capta más y más galaxias, lo que hace pensar, más aún, en la infinidad del universo.

Cristock Earl, uno de los científicos creadores del Telescopio y un empedernido buscador de tesoros estelares, se pasa horas ante la enorme pantalla donde son retro proyectadas las imágenes de la gran Lente. Cristock es el último y joven miembro de un grupo revolucionario; pertenece al heptágono de astrónomos conocido como los Siete Astros: grupo de científicos responsables del esplendor astronómico que convirtió a la humanidad en una raza dedicada casi exclusivamente a la observación del cosmos, consumidora de toda clase de artículos relacionados con el mundo de la óptica, desde periscopios y prismáticos para los más pequeños, hasta compactos pero potentísimos y ultra luminosos telescopios catadióptricos de uso casero.

Desde su creación, el Telescopio rey no ha dejado de estar activo. Noche tras noche los astrónomos se pisotean unos a otros, intentando colarse en una lista de espera de casi diez años. Una espera interminable, de no ser por los muchísimos otros telescopios disponibles tanto dentro del planeta como los que orbitan a su alrededor.

La gestión para estos científicos en espera la lleva a cabo un comité de valoración formado principalmente por astrofísicos de todas partes del mundo, con el fin de resultar lo más objetivo posible en la selección de proyectos, a cada cual mas interesante y fructífero para la aventura espacial. Así, cuando a un astrónomo le llega por fin su turno, introduce las coordenadas espaciales de la parcela que desea observar e intenta aprovechar su tiempo al máximo en las horas que le hayan sido concedidas. El propio Cristock reserva al menos 7 horas semanales para llevar a cabo sus propias investigaciones personales. Pues cabe mencionar que dicho comité de valoración actúa siempre bajo la supervisión y prioridades indiscutibles de la F.E.G.; consejo conducido por los tres hombres creadores del Telescopio: August Franklin, Cristock Earl y Carlo Giovanna.

Y así es cómo la Lente Espía se pasa las noches; toqueteada por entusiasmados científicos, buscando coordenada tras coordenada sin respiro, y siempre sin pestañear. Hasta que por fin llega el día y la lente primaria es limpiada por un mecanismo automático mientras se cierran las compuertas, llamadas párpados, que la protegen de la luz del Sol, justo antes de que éste se asome por el horizonte. Y de la misma manera, su dueño, Cristock, que a menudo es la última persona en utilizar el Telescopio, se despide de su amiga, se va a su casa, donde se da una buena ducha y se mete en la cama para dormir descansadamente durante el día, hasta la siguiente jornada de trabajo, que comienza muy temprano, al anochecer...

viernes, 3 de octubre de 2014

II

Una noche, estando Cristock sentado en su asiento frente a la pantalla del observatorio, sucedió un hecho que cambiaría su vida, al menos la suya, para siempre. Estaba estudiando una espectacular nebulosa, la cosa más colorida que había visto nunca; se atrevería a jurar que incluso había colores que no existen en la Tierra, aunque eso, claro, sería imposible... Era ya muy tarde, y quizás no debía haber bebido aquel whisky antes de ponerse a trabajar; no obstante, el alcohol nunca le había causado ningún problema en el trabajo sino todo lo contrario ya que “le sirve para espantar a los fantasmas y concentrarse en sus proyectos", según él dice. Y debía ser cierto porque hasta ahora no había hecho otra cosa que triunfar en casi todos los proyectos que ha llevado a cabo, incluido por supuesto la propia Lente Espía: la única construcción humana visible a simple vista desde el espacio.

Respecto a los fantasmas de Cristock, saber que no es más que una forma suya de justificar su manía persecutoria, y por eso excepcionalmente necesita de una "medicina" recetada por él mismo para olvidarse de sus alrededores inventados y prestar atención a su trabajo; cosa que en estado sobrio le resulta realmente difícil.

Curiosamente, fue su pequeña petaca de whisky la que le enredó en lo que será la mayor aventura de su vida y, quizás, la de todas las vidas en la Tierra...

—¡Menos mal que estaba cerrada!— Cristock tiene costumbre de enroscar el tapón de su petaca cada vez que le da un trago, pues esto le auto convence de no volver a dar otro sorbo hasta dentro de un rato (aunque no siempre lo cumple). Y menos mal que la petaca estaba cerrada cuando sin querer le dio con el brazo y la tiró sobre el controlador de coordenadas, pues de haberse derramado el whisky sobre semejante ingenio informático, serían necesarias muchas horas de reparación y por tanto el mismo tiempo de inhabilitamiento para el telescopio. Por consiguiente, su afición a la bebida habría de provocar muchas críticas que, no sólo aumentarían su manía persecutoria, sino que lo obligarían a trabajar sin su medicina caza fantasmas.

En cualquier caso, nada de esto ha ocurrido. Lo que sí ha pasado es lo siguiente: la petaca presionó ciertos botones que han creado nuevas coordenadas totalmente arbitrarias. Cristock se da cuenta de ello y se dispone a cancelarlo para seguir con el estudio de su nebulosa, que por cierto...


—¿Qué nombre le pongo?— Pensaba Cristock mientras vislumbraba aquel arcoíris espacial. —Le prometí a mi hija que le pondría su nombre. El problema es que le prometí lo mismo a mi mujer… ¿Abby? ¿Eleanor? No sé. La verdad es que preferiría llamarle Abby. Que no se enfade mi mujer pero su nombre no me acaba de convencer para una nebulosa.  Eleanor... Quizás para un asteroide ¿?— Y mientras cavilaba en el tema, se volvió a fijar en las coordenadas introducidas “por su petaca" y se dijo, —¡Qué diablos! A ver hasta dónde nos lleva el libre albedrío. Ya tendré tiempo luego de volver a mi nebulosa.— Fue entonces cuando presionó el botón de INTRO y el telescopio comenzó a moverse...


Nunca más regresará a aquella nebulosa.