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viernes, 29 de agosto de 2014

VII

—¿Pero qué...?— Desde luego, no era ningún ser extraño; no era ningún monstruo extraterrestre con tentáculos y antenas. Resultaba paradójico que hubiera podido sorprenderse menos si hubiera visto algo así. Y es que la visión de un mamut, que tantas veces había visto en el Museo su ciudad, no pudo hacer otra cosa que dejar a Cristock con la boca abierta durante el tiempo que el animal estuvo inmóvil, e impaciente, en aquel descampado. Y más tiempo que esa boca permanecería abierta, si no fuera por lo que a continuación ocurrió.

Una lanza pasa rozando la cabeza del indomable mamut. ... Sin pausa, otra lanza le atraviesa la oreja y la bestia reacciona violentamente levantando el cuerpo sobre sus patas traseras. Pero en seguida una tercera lanza se le clava en el cuello, y luego otra en el muslo. El mamut cayó de rodillas un segundo para levantarse de nuevo, pero siguió recibiendo más y más lanzas que se le clavaron por todo el cuerpo. Finalmente se desplomó en el suelo para ya no volver a levantarse. Entonces sucedió lo que, por increíble que parezca, cualquier persona habría esperado que sucediera: una tribu de indígenas se abalanzó sobre el animal para terminar con él. —¡Cavernícolas!— Y sin duda lo eran… Aunque, observándolos minuciosamente, y Cristock dedicó largo tiempo a ello, se descubre algo más concreto y más sorprendente si cabe. A pesar del incómodo ángulo de observación, casi cenital, el astrónomo inspecciona sus rasgos huesudos, corpulentos… —Sí. ¡Tienen que ser hombres de Neandertal…!—

Así era, un grupo de unos treinta Neandertales tirándose encima del mamut para inmovilizarlo. Eran pequeños pero de una fuerza sorprendente; levantaron rocas de casi su mismo tamaño y las estamparon contra la cabeza del paquidermo hasta que por fin dejó de moverse. La escena deja a Cristock en estado de shock; literalmente no podía creer lo que estaba viendo. Esto no tenía ningún sentido para él. No lo tenía en absoluto. A menos que...

Cuando la escena de los Neandertales se puso más interesante, Cristock, totalmente absorto en sus pensamientos, alejó de pronto la imagen. Perdió de vista la tribu y su presa en la inmesidad de la llanura y continuó alejándose hasta comenzar a ver la costa oceánica y luego la parte helada del planeta, hasta detenerse en el momento en que dejó encuadrado el planeta entero en toda la pantalla. Entonces Cristock inclinó su cabeza hacia un lado, se detuvo un segundo y siguió girando su cabeza junto con su cuerpo hasta quedarse casi boca abajo con un pie en el suelo y el otro sobre su silla. Se pasó un buen rato es esa postura, como si estuviera estirándose la espalda aunque de una forma muy retorcida, en todos los sentidos. Tras el extraño momento, y quizás porque la sangre se le había subido ya a la cabeza, se sienta de nuevo y toca ciertas configuraciones de la imagen que hacen rotar el planeta unos 150 grados en el sentido de las agujas del reloj.

—Pero… ¿Cómo es…? Es… ¡!— Cristock miró a su alrededor con nerviosismo contenido; parecía estar sufriendo uno de sus ataques de manía persecutoria. Aunque en este caso era comprensible, puesto que lo que estaba viendo sólo podía ser una broma de algún compañero. Destapó Cristock su petaca de whisky y le dio un trago interminable que terminó con su contenido. Entonces se recostó cómodamente en su asiento e intentó tranquilizarse. Por todos los medios trató de racionalizar lo que su inseparable amiga, la Lente Espía, le estaba mostrando en la pantalla: el planeta Tierra.


Su propio planeta visto desde el otro extremo de la galaxia. —¿Será posible?— Desde luego que lo era. Ya lo presagiaba el océano y la naturaleza vegetal; ya lo evidenciaba el mamut y los Neandertales; pero siempre podrían ser tremendas casualidades... o al menos eso nos obliga la mente a creer. Pero no. No. —Europa... África...— Observó ahora también el blanco hielo que cubría buena parte del planeta y que, antes, con la excitación del momento, le había pasado desapercibido. —No eran simples nubes… Entonces tiene que tratarse de la Edad de Hielo. La glaciación de finales del Pleistoceno... Está claro.— El efecto del whisky dejaría de hacer efecto en breve, y Cristock se empezaba a preocupar. De vez en cuando apartaba la mirada de la pantalla para mirar de reojo a su alrededor.


Fin del capítulo 1

viernes, 22 de agosto de 2014

VIII

LA LENTE ESPÍA
Capítulo 2

Todo este asunto estaba resultando muy obsesivo y hasta paranoico. Cristock comprobó, a grosso modo, que el ordenador no cometía ningún error. —Pero qué tontería... Claro que no es problema de la máquina, ni de la Lente. Ni de nada.— Por supuesto una computadora no podía inventarse semejante historia en imágenes. Y el completo sistema solar que Cristock observó al alejar todavía más el cuadro, tampoco podía tratarse de ningún fallo tecnológico.

—A ver si lo he entendido... Estoy mirando cara a cara a un sistema planetario exactamente igual al mío, con mi propio planeta Tierra como protagonista, y situado a casi 17.000 años luz de distancia. Lo que significa que la caza del mamut ha sucedido hace unos 17.000 años.— Se quedó un rato pensando. Buscó en Internet información sobre los mamuts y los Neandertales, y comprobó que pertenecen a un pasado anterior a 17.000 años. Entonces se le ocurrió una extravagancia de las suyas... —Lo único que tendría sentido en todo este asunto, sería que hubiera un gigantesco espejo al otro lado de la galaxia y que éste estuviera dirigido directamente hacia nosotros. Así, nuestro reflejo en dicho espejo tardaría el doble de tiempo, o sea unos 33.000 años luz de distancia. Y hace 33 milenios... sí había Neandertales; y mamuts.— Aún a pesar de lo absurdo que resultaba pensar en un espejo de semejantes dimensiones situado en medio de la nada, parecía que la idea también encajaba con la cuestión de los tamaños de todos los astros, como bien pudo comprobar Cristock ipso facto: Tierra 2 y su sol eran exactamente la mitad del tamaño que los nuestros, y eso es justo lo que sucede en el reflejo de un espejo en cuanto a proporciones.


—Pero no, no es posible tal cosa… Qué estupidez ¡!— Pero en el fondo, Cristock sabía que la propia base de toda esta historia no tenía ni pies ni cabeza, así pues, la idea de un espejo enorme flotando por el espacio no tendría porqué ser nada del otro mundo.......

viernes, 15 de agosto de 2014

IX

Cansado de filosofar, Cristock se propuso volver con la cacería del mamut, pero ya era tarde. El señor Telescopio avisaba de la salida del Sol y debía cerrarse y apagarse por completo para su descanso diurno. Él, en su condición de robot, permanecía totalmente ajeno a lo grandioso del descubrimiento de su colega humano, y por eso descansará merecidamente y sin ninguna dificultad tras una larga noche de trabajo duro.

La Lente Espía se apaga. Habrá que esperar hasta mañana a últimas horas de la noche para poder seguir investigando la vida de aquellos Neandertales. —Espero no pasarme las 3 horas que tengo buscándolos. No creo que tengan sus cabañas, o sus cuevas, muy lejos de aquel descampado. Cruzaré los dedos hasta entonces.— Y echó la mano a su petaca, sin darse cuenta que ya había acabado con el whisky de un trago hacía un rato. —Bueno, mejor que me vaya a casa. Buenas noches.— Se despidió de su ultra tecnológico amigo y se fue a dormir, o al menos a intentarlo.

Mientras se dirigía a su casa, fue observando a su alrededor casi constantemente. Desde las desérticas instalaciones del observatorio, hasta la llegada a la tranquila urbanización donde vive con su mujer e hija, pasando por el relajante camino en coche que une ambos puntos. No podía pensar en otra cosa. —Esto es demasiado extraño.— Se repetía a sí mismo una y otra vez. Realmente creía que debía haber alguien o algo detrás de todo esto.

A la mañana siguiente, se dirigió temprano (al atardecer) hacia el observatorio; sabía que no podría usar la Lente hasta el final de la noche, pero ¿qué iba a hacer si no? Necesitaba estar cerca de Él, como si se lo pudieran arrebatar al más mínimo despiste; cosa que no podría haber ocurrido de ninguna manera pues los turnos ya estaban preestablecidos con bastante antelación y sólo podían ser cancelados o movidos previo comunicado y consiguientes papeleos; burocracias de las que Cristock, por cierto, tenía la suerte de poder librarse muchas veces por su condición de "observador privilegiado". Es lo que conlleva ser uno de los creadores de la Lente Espía...

Pero la suerte no le iba a acompañar ese día a Cristock. Precisamente uno de los otros dos artífices del Aparato, el señor August Franklin, había llegado de visita para vigilar, o al menos simular que supervisaba, el Gigante de los telescopios. —¡Qué hace Franklin aquí, precisamente hoy!— Pensaba Cristock al ver a su compañero y mayor accionista de la F.E.G. Gracias a él y a sus dotes comerciales y de oratoria, así como a su enorme capital económico y sus poderosos contactos por todo el mundo, se había logrado lo que siempre había parecido imposible: crear el telescopio más grande jamás creado por el hombre.

Pero Franklin, como todo hombre de negocios, era una persona impaciente e impulsiva. Y desde luego Cristock no pensaba contarle ni una palabra de su nuevo descubrimiento, de lo contrario tendría que ceder el relevo inmediatamente, cosa que no iba a permitir bajo ningún concepto. Un pensamiento egoísta, sí, pues en realidad se avanzaría muchísimo más deprisa si Cristock se echase a un lado. No porque él no estuviera capacitado, ya que era uno de los más cualificados astrónomos de su generación, sino porque se contaría con un mayor equipo humano, y además el Telescopio trabajaría por supuesto durante todo su tiempo de actividad nocturna en exclusiva para dicha investigación.


Pero todo eso a Cristock le importaba poco; era su descubrimiento y lo seguiría siendo hasta que al menos llegase a una conclusión; ni Franklin ni nadie se lo iba a impedir. Y por cierto... ¿Qué hace Franklin aquí? ¡Precisamente hoy!

viernes, 8 de agosto de 2014

X

Franklin saluda, ya desde la lejanía, a Cristock con su habitual y empalagosa energía. Cristock le devuelve amistosamente el saludo a su socio, quien le cuenta que acaba de llegar del otro lado del mundo. Doce horas de avión con el Sol del atardecer pegándole en un lado de la cara durante todo el viaje. Y es que el avión iba “tan rápido como el Sol”, así que éste no paró de broncear su rostro hasta que se ocultó por fin tras el horizonte al tomar el avión tierra doce horas más tarde... —¿Pero no había persianas en ese avión? — Franklin siguió hablando sin escuchar la pregunta de su compañero…

Franklin era una de esas personas tan enérgicas que cuesta imaginarlas durmiendo por las noches. Igual que un tiburón, se moriría si dejase de nadar. Cristock en cambio es más como un delfín; por muy mayor que se haga, sus necesidades de jugar y experimentar siguen siendo las de un niño.

Los dos socios se van a tomar algo a la cafetería del observatorio, que a esas horas, las 10:00 p.m., estaba aún muy concurrida; nada que ver con las tardías horas del turno de Cristock, cuando todo el edificio está casi totalmente vacío. En la cafetería, Franklin le preguntó a Cristock por su nuevo descubrimiento. Durante unas décimas de segundo un sudor frío recorrió su espalda, pero si algo caracteriza a Cristock es su frialdad ante circunstancias imprevistas, así que su cara de póker permaneció impasible ante el comentario y reaccionó inmediatamente con absoluta serenidad a lo que le estaba preguntando. —Lo sé, una nebulosa no es gran cosa…— Lo dice con un tono rimbombante. —Pero algún día descubriré algo realmente importante. Lo presiento.— Inmediatamente Cristock se arrepiente de lo que acaba de decir. —Seré bocazas…¡!—, piensa. Lo intentó difuminar diciendo que con el Gigante de arriba todo era posible. Cristock señaló al techo de la cafetería, pues sobre sus cabezas se encontraba la Lente, bostezando ya, preparada para una nueva noche de duro trabajo.

Cristock retoma el tema de la nebulosa y le comenta sus mundanas dudas sobre el nombre que le va a poner; si el de su mujer o el de su hija. Aunque por supuesto esa cuestión ya no le interesaba en absoluto. Y es que la nebulosa, a pesar de ser realmente espectacular, debía dejar paso a un tema mucho más importante, el tema por excelencia y que mantenía a Cristock en un estado constante de muerto viviente. Un zombi astrónomo que no buscaba comer cerebros pero sí que el dichoso asunto le estaba comiendo el suyo propio...


Precisamente por eso, a penas podía Franklin mantener una conversación fluida con su compañero. La mirada de Cristock parecía atender vagamente a lo que Franklin le contaba, pues en realidad su mente no abandonaba Tierra 2 en ningún momento. Tan sólo las salpicadas preguntas que Franklin le hacía lo despertaban de vez en cuando de su letargo. El dicharachero compañero hace notar a Cristock que no le está prestando atención, y se lo hace notar a su manera o sea diciéndoselo claramente a la cara. Cristock le pide perdón y pone como excusa el cansancio acumulado por tener que acostarse al amanecer durante varias semanas seguidas, además de otros asuntos. … De pronto Franklin le pregunta por los neandertales ¡¿?!

viernes, 1 de agosto de 2014

XI

Cristock sabía que hablaba del libro que había estado intentando ocultar todo el tiempo, pero debía disimular su pleno interés sobre el tema. —Ah, sí… Cosas de mi hija Abbey.— No obstante también reconoció, entre risas (interpretativas), que a él también le parecía un tema interesante… Franklin le cogió el libro, en el que, a pesar de estar mezclado entre los demás documentos y carpetas de Cristock, se podía leer el título en su lateral. Cris, como le llamaba su compañero, declaró su interés en algunos temas escolares que durante su etapa colegial a penas le importaban. —Ya sabes, basta que te obliguen a estudiarlo para que deje de interesarte. ¿No te ocurría a ti lo mismo?— Franklin ojeaba el libro, sin mucho interés, tan sólo por curiosear. Mientras, Cristock se preguntaba si este momento no acabaría siendo un problema para el futuro, ya que tarde o temprano todo el mundo acabaría enterándose del famoso descubrimiento. Y cuando ello ocurriese cobraría Franklin consciencia del falso momento que estaba viviendo en este preciso instante. —¿Por qué no habré escondido bien el libro entre los demás papeles...?—, cavilaba Cristock. Seguía dándole vueltas al tema, pues detestaba las mentiras, por pequeñas o piadosas que éstas fueran. Ahora por tanto se sentía a sí mismo inevitablemente detestado.

Cristock empezaba a preguntarse hasta cuándo se quedaría Franklin en el observatorio, así que terminó preguntándoselo. Cuál fue su sorpresa al enterarse que pretendía quedarse —¿Durante mi sesión en la Lente…?—, pregunta Cristock, y Franklin asiente mientras le da un mordisco a su bizcocho. El científico hizo entonces un cálculo aproximado de las horas que Franklin llevaba despierto, auto convenciéndose de que quizás acabaría desistiendo y marchando a su apartamento antes incluso de que llegara su turno en el Telescopio. Y realmente era difícil que pudiera mantenerse despierto durante tanto tiempo y sin descanso, incluso para un hombre tan activo como él. Era imposible... Pero entonces, Franklin, dijo algo que escandalizaría a Cristock interiormente. —¿Qué vas a descansar un rato? ¡…!— Exacto, y luego volvería con las pilas recargadas, más si cabe, para acompañar a su amigo en su “aburridísimo trabajo”, decía. Se levantó de su silla y Cristock lo detuvo con impaciencia, pero Franklin nunca da el brazo a torcer. —Como quieras…— El bueno de Cris, como también le llamaba su colega, tenía tanto miedo a que pensara que ocultaba algo, que no insistió en rechazar su compañía. Así pues, su fingida falta de insistencia, unida a los decididos planes de Franklin, terminarían en lo que parecía inevitable.


Franklin se marchó y Cristock se sentó de nuevo ante su almuerzo. Fruto de la inercia, una sonrisa se mantuvo en su cara durante casi medio minuto, el tiempo que necesitó para mentalizarse de que ya estaba solo de nuevo pero, ¿por cuánto tiempo?